martes, 3 de mayo de 2016

¿Pintadas o manchurrones?

Una pintada grita en favor de los refugiados

Paseando tranquilamente por Barcelona me encuentro con una imagen inquietante. Un gran pintada azul se abre paso, entre los poros de la piedra que hace de base a una escultura, gritando en un llamativo azul "Turistas iros a casa. Refugiados sed bienvenidos". Para que no quepa duda de la urgencia que esta situación supone, podemos observar que el autor de la austera pero llamativa pintada, ha escrito su polémico mensaje con unas bramantes mayúsculas irregulares.


Pintada en favor de los refugiados en
Avinguda Gaudí// Sara Sobrevals
El texto, claro y conciso, escrito en inglés para que aquellos que vienen de fuera de la ciudad lo puedan entender, me plantea una cuestión que hasta el momento nadie me había manifestado: ¿deberíamos dejar entrar a los refugiados y no a los turistas? Aunque por temas de espacio parece lo más lógico, debemos recordar que vivimos en un país que, nos guste o no, se beneficia de grandes cantidades de dinero gracias al turismo. ¿Podríamos ofrecer todo lo que nos gustaría (tanto ayuda como apoyo) a los refugiados sin ese dinero que nos dan los turistas, a los que el autor de la pintada quiere lejos? No.

Poderoso caballero es don dinero, como decía Quevedo, y no le faltaba razón, porque nos cuesta reconocerlo pero necesitamos tenerlo para poder ayudar  a las personas que requieren de nuestra atención. A veces estamos tan centrados en ayudar los necesitados, que se nos olvida por completo aquello que debemos tener para lograrlo. Otras veces nos indignamos al ver estas manifestaciones de descontento social y llegamos a nuestras casas, nos relajamos, cenamos con la familia y se nos pasa. Cruel, pero cierto. La lluvia caerá sobre la estatua y las letras azules se convertirán en un gran manchurrón que, si al ayuntamiento de Barcelona le molesta lo suficiente, pronto será borrado. 

Días después, concretamente el 23 de abril, me paseo por el mismo lugar en el que había visto la pintada. Es Sant Jordi y las muchachas llevan una rosa en la mano, sujetando con la otra su pareja. Todo el mundo parece sonriente y alegre. El lugar de la pintada queda cubierto por una gran senyera que no deja ver el mensaje que el autor del garabato quería transmitir. El cielo es de un azul esplendido y al fondo de la Avenida Gaudí, donde se sitúa la estatua en la que se ha manifestado el apoyo a los refugiados, se pueden contemplar las grúas que hacen crecer día a día la Sagrada Familia.

Todos se pasean contemplando los libros, los autores y las sonrisas enamoradas que los rodean. Antes de que caiga la primera gota de lluvia de la tarde, la pintada ya está borrosa en la mente de aquellos que, mientras paseaban distraídos por el lugar algunos día atrás, contemplaron sus gritonas letras azules. Ha quedado eclipsada por las sonrisas, los escritores, el amor y  las rosas. ¿Quién se fijaría en  aquellas vulgares mayúsculas durante una festividad tan alegre y hermosa? ¿Alguien repararía en aquella pitada?  Pero ya no es una pintada, ni un mensaje, ni un grito. Ahora sólo es un manchurrón en un recuerdo de una indignación pasada. 

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