viernes, 18 de noviembre de 2016

Burbujas

Pequeñas explosiones que a la mayoría nos sacan de quicio

Después de un largo día lleno de actividades, entro en el vagón empujada por toda la marea de gente que se apresura a coger sitio para no quedarse sin asiento. Alargo la vista y veo que, al lado de una ventana y cerca del baño del vagón, queda una butaca plegable libre. Las bisagras del asiento chirrían sonoramente cuando me acomodo y la mujer que está sentada a mi lado me mira por encima de sus gafas con cierto disgusto. A juzgar por su reacción a mi llegada, no sólo la incomodo profundamente sino que le he roto en mil pedazos el deseo de viajar con el asiento de su lado libre.

Carraspeo sintiéndome algo incómoda y saco mi teléfono. La mujer aparta su mirada de mi y la dirige hacia unos papeles que coge delicadamente entre sus manos. Debe rondar los 60 años pero se le nota un espíritu joven detrás de sus arrugas. El viaje está siendo agradable: el sol entra por la ventana del vagón y se escucha a una niña que mira el paisaje y, mientras curiosea, pregunta a su madre por todo aquello que su vista alcanza y le parece extraño. Pero... oh no... no, no, no, NO! La señora de mi lado saca un pequeño paquetito de su bolso. No, no, NO! Saca una pequeña pastilla del paquete y se la mete en la boca. NO! Empieza a masticar con fuerza y todos mis temores se confirman: chicle.

Antes de que pueda pedir para mis adentros que no lo haga, comienza a mascar con la boca abierta, disfrutando del sabor dulce que se reparte por toda su lengua. Abre su bolso de nuevo y saca su teléfono. Mientras la mujer teclea entretenida la pantalla táctil del aparetejo, abre cada vez más sus labios para disfrutar de la sublime experiencia gustativa que le provoca la goma de mascar. La miro con una mezcla de enfado y súplica y ella me devuelve la mirada. Sus ojos se clavan en mí mientras me observa por encima de sus gafas, colocadas al borde de la punta de su nariz y sin hacerme demasiado caso, gira su rostro hacia el teléfono y masca con más fuerza. 

A regañadientes reconozco que a la gran mayoría de los mortales nos gusta masticar chicle sin reparos, ¿hay alguna forma mejor de hacerlo? PLOF! Me giro hacia la mujer, que ha contestado a mi pregunta de forma inmediata: sí, haciendo burbujas. Dejo de leer los correos desde mi teléfono porque la explosión de las burbujas puede con mi concentración. Cada cinco segundos se realiza una explosión nueva. Reprimo mis ganas de decirle que pare mientras ella sorbe fuertemente un hilo de goma, que le ha quedado pegado a la comisura de los labios, a consecuencia de hacer explotar una de las pompas.

Me indigno y maldigo mil veces haberme sentado en ese asiento, mientras la mujer sigue sorbiendo. "Próxima estación...." dice la voz de megafonía, cortada de nuevo por una de las burbujas. La mujer se levanta y doy gracias por ello. Antes de irse, la mujer dirige una mirada de odio a unos jóvenes que la molestan haciendo ruido en el paso entre nuestro vagón y el siguiente. En sus ojos se lee un claro reproche. Resoplo y me doy cuenta de que, por lo que respecta a la educación, probablemente ella viva en una burbuja tan grande como las que salen de su boca.

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